Agosto 9 del 2012.
Me vi en el interior de un auto gris, escapando de mí mismo
y de la fría ciudad enclavada sobre montañas. Mi felicidad una errónea
percepción de la mujer que persiguiera desde entonces, mi infelicidad una
historia que comenzara a delinearse entre las carreteras, pero jamás le diera
importancia a la posibilidad de finales devastadores cuando las ilusiones eran
las máscaras que me cegaran.
Nunca un viaje tan corto se hizo tan largo. La ansiosa idea
de poseer un amor y en mi pecho el corazón atropellando los interminables
kilómetros que nos separaban. Viví ese corto tiempo en eternidades
mentales y ensoñaciones.
Quizá, entonces, el viaje fue demasiado corto para
comprender el hecho de que sólo huía del hombrecillo enclaustrado entre paredes;
de la música, la tinta y los idealismos.
El hombrecillo hecho pedazos por sus incapacidades sociales y sus lágrimas
remarcadas en las largas noches en que se cuestionara, creyéndose casi especial
por ello, pero tan abrumadoramente igual al mundo que aborrecía y que tanto se
negara enfrentar. El hombre que buscara cada día un motivo para suicidarse sin
tener éxito, al final encontrara un motivo no menos sencillo para vivir: amor. Sí,
no era un hombre difícil de complacer.
Su gran dilema fuera la ingenuidad por la que desconociera
el mundo, pues él no estaba acostumbrado a vivir como el resto de personas. Él
había dedicado casi toda su vida a soñar hasta el punto creerse él mismo tales
experiencias. Él era su propia utopía y los sucesos del mundo real le causaban
desidia y desesperación, pues decía que el hecho de vivir no garantizaba esa
línea inamovible por la que todos debían
hacer sus pasos. “¡Están todos
equivocados!” Gritara para sí. Porque gritarlo en las calles sonaría a
locura, excepto la vez que lo hizo estando ebrio a media calle y varias
personas se burlaron. El hombrecillo argüía que si la humanidad entera se
basaba en las experiencias de otros siempre terminarían crucificados. Sin
embargo, cuando se enamoró nadie pudo advertirle…
La pereza que lo acogía en los últimos años por realizar
actividades productivas lo convirtieron en el hombre que tanto temió. Un hombre
de ideales implantados. Un hombre educado por la sociedad. Un hombre normal de
los muchos que no contribuían. Debía ser ateo o con ciertas diferencias ante
las religiones para mantener su cuadriculada dignidad, pero se desmoronaba
cuando veía tantos como él. Tampoco arreglaba el asunto el hecho de que se
volviera creyente, aunque estuvo muy cerca de dios cuando tomaba de la mano a
su enamorada, no bastó esto para crucificarse a sí mismo, pese a entrar a la
Iglesia por simple admiración; por instantes quiso rogar al cielo para que tal
cosa jamás terminase… “Es que la vida juega con los hombres”, decía, he aquí su
temor hacia la infelicidad. Cuando lo abandonaron decidió odiar incluso el amor
en el que creyera, y creó a dios, ¡Sí, lo creó! Para vaciarse en Él de la misma
forma en que se vaciaba en las mujeres que ya no amaba.
Lukas Guti.
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