Distorsión.
No recuerdo
si era de día o de noche, pero el cuarto yacía iluminado por algo más que
lámparas o bombillas, no precisamente por la ventanita cubierta con una cortina
blanca y transparente, de esas que mi
abuela solía tejer.
Junto a la
ventana una mujer de pie ante una
vitrola le daba cuerda y la música resonaba, sin embargo, me fue imposible
escucharla. La mujer me daba la espalda, su cabello castaño caía al igual que
su vestido aristocrático blanco hasta la cintura y un moño que la adornaba
alrededor de ella, hasta sus medias blancas veladas y sus zapatos negros.
Yo permanecí
apoyado sobre las piernas de otra mujer. Una que estuvo sentada todo el tiempo
en una silla al otro lado del cuarto, al lado de la mesa y frente a la mujer que
tocaba la vitrola.
Yo me
apoyaba en sus piernas y descansaba mi rostro en su mejilla izquierda, tal
regocijo me recordó el amor desinteresado que nos brinda tranquilidad; estuve
así por largo tiempo al son de la música que por adormilado apenas distinguía.
Cuando al
fin comencé a oír la música descubrí que no la comprendía. No logré determinar
armonías que hicieran vibrar mi cuerpo o naturalidad alguna; este era un sonido
disparatado que mis sentidos no aceptaban.
La mujer de
la vitrola continuó tocando sonidos que provenían de algún otro universo y que
colapsaron al mío propio. Me dio pánico escuchar y entender que estaba percibiendo
sonidos que ignoraba, de pronto lo establecido se distorsionaba.
Cerré mis
ojos con negación, pero el sonido fue insoportable. La negación me brindó un
nuevo espanto cuando vi el rostro de la mujer en la que me apoyara un nuevo
rostro, estirado e inaceptable, inhumano y asimétrico. Grité con desesperación
creyendo que me enloquecía. Grité más y desperté en mi cama con el corazón desbocado.
Recordé que los animales percibían la música a
veces de maneras insoportables, y que el humano era tan egoísta que sólo creaba
música para sí mismo.
Permanecí acostado
por largo rato evocando el sueño e intentando no estar perturbado. Al cabo me levanté
con desánimo, el silencio rondaba la enorme casa vacía desde las escaleras y
los cuartos contiguos. Como era una casa
de campo el murmullo del viento siempre acariciaba las paredes y los
ventanales.
Vi mi
guitarra apoyada sobre la cama en la que yo dormía cuando iba de visita adónde
mis abuelos. Era más fácil dormir con ella a mi lado que intentar guardarla en
su estuche en la oscuridad mientras se está somnoliento.
Con emoción
quise tocar y cantar varias canciones aprovechando la soledad y al principio sonaron
bien. Pero cuando decidí grabar algunas mi afinación me abandonó. Di varias
vueltas por la casa vacía mientras entraba en calor, pronunciando cada vocal
con ahínco y estirando mi rostro y mis brazos. Retorné a la guitarra y recorrí
los acordes en los que había trabajado toda la semana, una nueva canción que me
moría por grabar, pero por alguna razón no pude tocarla o cantarla. Comencé a
frustrarme. Toqué varias canciones viejas y aunque los acordes me animaban, la
voz apenas me alcanzaba. Está bien, me dije. Aparté la guitarra de mi vista y
la miré con desprecio. Me deprimí profundamente y por varios minutos estuve mirando
un punto anonadado. Pensé en abandonar la guitarra y mis pretensiones, y mis
alaridos.
Sin pensarlo
tomé la guitarra nuevamente y toqué una canción que había compuesto meses
atrás. Esta vez sonó bien, pero no fue suficiente para animarme. Así que
empaqué y caminé con guitarra al hombro, decepcionado, a enclaustrarme en mi
casa, en mi cuarto, en mi cubito de paredes
y realidad.
Lo primero
que hice cuando llegué fue apartar la guitarra de mi vista y conectar mi laptop
sobre mi cama. Hoy tenía ensayo con la
banda, pero yo estaba dispuesto a abandonarlo todo. Pese a todo conecté a mi
Skype y uno de mis amigos guitarristas me habló: “¿A qué horas hoy?”, dijo. “No
creo que haya ensayo”, le dije. Seguidamente le aclaré que ya no quería
seguir, y le hablé sobre mi frustración previa. “No sea güevón – Dijo – Voy para
allá”. Una hora después llegó con su gran guitarra acústica y hablamos de
trivialidades.
Después de
repasar varias canciones y de hablar de posibles proyectos decidimos viajar de
vuelta a casa de mis abuelos. El lugar más ameno para tocar. Tomamos un taxi
con tres guitarras, pues llevamos una de más; Yo estaba enojado con mi guitarra, así
que toqué con la guitarra de mi amigo y
él con la mía; tocamos en el patio, en el
cuarto de mi padre, en la terraza o en cualquier otro lugar donde no molestáramos
a nadie… al final pude sentirme nuevamente enamorado, y desperté sobre el regazo de una mujer que estuvo todo el tiempo sentada en una silla , al lado de la mesa y frente a la mujer que tocaba la vitrola.
Lukas Guti.
09 de mayo
de 2013
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