Espadas y escudos.

Y así de quien bebe hasta tambalearse sin noción por los caminos, lastimándose contra cada obstáculo como contra la vida, y saliendo ileso de ello sin saberlo al día siguiente. La ebria inocencia, afamada como diablo.
 Así del que fuma y mancha sus manos y dientes, de yerta su piel cual pergamino como la vejez  y la experiencia para aquellos que lo ven, respeto obtenido por errónea imagen de libro viejo. La solapa. En sus rostros marcada la vida que dicen haber vivido; Más bien, los años que otros le adjudican libremente por mera apariencia.
 De los que consumen sus mundos pequeños en bocanadas ilusorias de marihuana o algún otro conceptualismo hippie postmoderno. Que vivir era consumir lo que otros no consumían porque se vivía una vez. Eso decían entre dientes porque temían que los escuchasen.  Ni siquiera se lo creían, sencillamente estaban igual de perdidos.
 Que los vicios eran la experiencia según las nuevas reglas, que evadirnos era la manera en que la manera en que la humanidad sobrevivía hasta lograr cruzar la línea de desesperación indemnes, pero no vírgenes; Sobre todo no vírgenes, esto de vital importancia en el vacío mundo. Demostrar la experiencia con túnicas manchadas de semen, sangre, polvo, o cualquier otra cosa que  manchara de  por vida. ¡Untarse! Y los que permanecían pulcros nunca fueron dignos de respeto, algo que jamás comprenderé.
El pene la nueva espada sin honor, siempre desenfundada,  sin estandartes; vulvas como escudos rotos  entre escombros. Lo que fuimos, lo que éramos. Lo que somos.




Lukas Guti.


15 de agosto de 2013.

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