Un café.
Un café y un
salpicón entre paredes viejísimas sin revocar,
Y lo que más
recuerdo es tanta incredulidad en sus ojos.
Era un lugar
tan real que temblaba sobre sí mismo,
Quizá sus
cimientos reforzados también reforzaron mi duda…
Estar allí
nunca ratificó mis intenciones de estar equivocado,
Ni mi
mediocridad o mi falta de confianza…
Estar allí
significó el resurgimiento de mi propia vida.
Ventarrones
susurrándome palabras mesuradas al oído
Que yo
pronunciaba al pie de la letra como armándome de valor,
Ambos como
Adán y Eva en un paraíso de piedra prediseñado
Dispuestos a
arriesgar la tranquilidad por las emociones.
Caminamos
por un gentío abarrotado en angostas
callejuelas,
Vendedores ambulantes
aspirando centavos
Y una
anciana que mirándome a los ojos gritó inescrupulosa:
“El mal del
encierro”.
En todo el
transcurso mi silencio le causó una tierna sonrisa,
Quizá
felicidad en ella o simple picardía.
Y yo había
dado tanto en el primer paso para estar con ella,
Que sin
percatármelo me fui quedando sin
aliento.
La noche
cubrió al sol y también a todas las pretensiones.
Pues sólo
nuestros corazones decidieron adónde culminar…
Y aquí
estamos… probablemente no donde queríamos
estar.
Lukas Guti.
24 de julio
de 2014.
Comentarios
Publicar un comentario