No me
enseñaron a olvidar los sueños, pues fui
educado por unos cuantos soñadores:
Mi familia,
los libros, algún maestro desbocado y la imaginación.
Se suponía que rendirse era inaceptable al
igual que intentar despertar de tal utopía; ni por las responsabilidades u otra
actividad ligada a cualquier sistema de producción.
Pero
sobrevivir ya era bastante complicado como para darse el lujo de soñar… Y es
que si no sobrevivías, tampoco sería posible soñar. O simplemente morías
intentándolo.
¿Acaso no
merecería esto algún respeto?
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