Paz
Crecí con miedo. Rodeado de historias de violencia y minas
anti persona. Pero en especial, crecí bombardeado, no por las minas, sino por
la continua desinformación nacional de respetadísimas cadenas que uno se atrevía admirar dizque por su gran
trabajo.
De mi generación recuerdo las veces que nuestras madres nos entraban a las 10:45 p.m.
en mi barrio porque se rumoreaba que los “paracos” habían declarado toques de
queda. Obviamente la fuente de información eran los propios vecinos, y el miedo
mediático. En ese entonces salir solo a la calle u oír el silencio de
las noches y del viento de los valles cercanos era angustiante. Uno podía
imaginarse tipos armados hasta los dientes caminando en las calles buscando supuestamente
“gente mala”. No obstante, lo máximo que uno veía era el miedo de las personas
y los camiones del ejército recogiendo muchachos para llevárselos hacia esa
nefasta guerra, de los cuales logré evitar varios con suerte en mi
adolescencia.
Cambiar de ciudad tampoco transformaba la expectativa ni el
ambiente de desolación, nublado sólo por los edificios y el humo de los carros.
Uno se imaginaba esos montes llenos de bala, fusiles y odiseas, pero era poco lo que realmente se
sabía de estos conflictos, más que lo que mostraban en televisión.
A los catorce, entre las instituciones, se topaba uno con
docentes de ciencias-sociales indignados que celebraban la izquierda o la
rebeldía con prudencia. Era confuso pertenecer a algo. Nos alentaban a ser un pueblo no sumiso,
puesto que varios países en Latinoamérica derrocaran gobiernos a lo
largo de la historia. Lo único claro en ese entonces fue que aprendimos a vivir entre el conflicto. O
al menos, aprendimos a ignorarlo pese a los miedos.
Creo que mi generación fue una brecha entre la última
generación que se levantó en contra del sistema, y de las nuevas generaciones
que sentaron cabeza obligadamente, educados por el entretenimiento. Actualmente,
me entristece pensar en aquello que me he convertido. Pues con veintiocho años
sigo siendo un soñador entre rediles de un mierdero… y observo a las nuevas generaciones sujetas a
un estilo de vida sin visión, cuadriculado,
a imagen y semejanza del sistema de consumo.
Con la Masacre del Salado, desenterré ese granito de
sensibilidad que aún quedaba en mi alma después de tantos años entre paredes… y
por fortuna, descubrí que existe una
generación intermedia de jóvenes que nos educa y nos recuerda tanto a los
viejos como a los nacidos esta falta de memoria. He aquí la mejor de las
rebeliones. Ojalá no se convierta en un “escampadero”.
Lukas Guti
12 de marzo del 2016.
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