De misoginia, sexo y erotismo
El desamor me enseñó que deprimirse al respecto es poco
práctico. Pues mientras uno está apesadumbrado con la existencia, intentando
quizá llamar la atención de la persona que nos abandonó, ella no se da por
enterada de que uno está tumbado en una cama con el corazón apachurrado,
cubriéndose del sol matutino de las persianas entre cobijas sudorosas con el
vago olor del último encuentro sexual con ella, mientras probablemente nos
ignora con mucha facilidad. Es la
depresión menos exitosa por la que una criatura podría pasar.
Llevo tantos años
enamorándome entre relaciones esporádicas que ya perdí la cuenta del número de veces
que intenté amar sin éxito y sin consecuencia. Pasé de ser un romántico enamorado a ser “borracho
y enamorado”. (Frase muy recurrente de un gran amigo que sabe gran parte de mi
desastrosa vida amorosa). Luego me convertí en un misógino, escéptico del amor,
hasta que el cuerpo cálido de alguna desafortunada mujer se topaba con mis poco
sanas y obsesivas maneras de amar y allí terminaba, amando de nuevo, sin
aliento, entre semen evaporándose y el aroma de su vulva impregnado en mi boca,
en mis dedos y en el cuarto.
Idealizar el sexo estuvo entre las primeras formas
desesperadas de aferrarme a alguien que no fuera el vacío que sentía por
dentro. Lo que cuesta construir la paz propia mediante la soledad durante años,
evitando abrir esa bolsita de cadáveres y decepciones que uno atesora sin
querer, para luego conocer a alguien y estar uno mismo dispuesto a arruinar
todo ese proceso “Zen” que tuviste que construir por años dizque para ser “mejor
persona”.
Lo único bueno del desamor es que de repente entiendes cómo tus
amigos sufren por otra persona que no les corresponde, mientras están ahí
embelesados quién sabe con qué tipo deseos, prácticamente encarcelados por
ellos mismos y por el afán de entregarse a alguien casi sin esperar nada a
cambio, mientras ellas están distraídas con otro harem de posibilidades.
Desde muy joven comprendí que como hombre uno debe
concentrarse en dar placer y no tanto recibirlo, en cuanto a sexualidad se
refiere. O al menos eso fue lo que me hizo creer esa desenfrenada carrera en la
que los hombres debemos competir. Sin embargo, a lo largo de los años esto se
convierte en una práctica, de hecho, bastante placentera. No tanto para la
propia carne, sino para el ego y la seguridad de uno. Somos muy frágiles,
aunque muchos lo quieran negar. Prácticas como hacer el amor sin eyacular y
guardar la energía para varios encuentros la misma noche (exclusivamente con la misma persona), y otras tantas dentro
del erotismo que nada tienen que ver con la penetración., Pese a los esfuerzos
en este tipo de prácticas, el desempeño resulta en algo inútil si en el proceso
platónico ambos terminan igual de ebrios y el resultado puede ser mera
diversión, o quizá hasta en algo más profundo si así lo conciben ambos. En el
peor de los casos: Diversión para el uno y amor para el otro, como me suele
suceder. He aquí la cúpula de la superficialidad humana.
21/08/20
Lukas Guti
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